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domingo, 3 de abril de 2011

Un momento de gloria


Mustafa se despertó, como hacía a diario, instintivamente a las cinco de la mañana. Abandonó el calor de su lecho, dejando sola a su mujer. Su movimiento en la cama carecía de fuerza suficiente para estorbar y despertar a su, ángel, era evidente la diferencia de tamaño entre ambos.
Miró por la ventana, no se apreciaban las estrellas, mal augurio, probablemente lloviera también aquel día.
Salió a los corrales para preparar a la mula, ponerle los cestos y llenarlos con los tomates. Dos días por semana, jueves y sábado, Mustafa bajaba al pueblo a vender sus frutos. Aquel año había tenido muy buena cosecha, pero la incesante lluvia amenazaba con el impedimento de su venta y posterior pérdida del producto. No podía ser.
Sus tres hijos se levantarían pronto para sacar a las cabras. Todavía eran demasiado pequeños para bajar solos al pueblo para ir a la escuela. Él había querido enseñarles el negocio de los tomates, pero Asma, su mujer, se había opuesto rotundamente replicando que suponía demasiado trabajo para el beneficio que sacaban de ello, y además los niños todavía eran demasiado pequeños.
A Mustafa no le gustaba que su mujer le dijera lo que podía o no hacer, él era el hombre de la casa. Sus pocos amigos se reían de él y tenía que soportar constantes humillaciones. Pero lo cierto, era que no se atrevía a contradecir a su corpulenta esposa, ya que era indiscutiblemente mucho más fuerte que él.
La chilaba, a pesar de su capucha, era insuficiente para tapar el gélido frío matutino. Se incrementaba a consecuencia de la nieve que cubría las cercanas cumbres de las montañas. Dos largas horas de camino le esperaban, descendiendo por un serpenteante sendero de cabras de pronunciada pendiente. La naturaleza virgen de los bosques y su aire puro despertaban los sentidos con sus fragancias.
Mustafa pasó con presteza por delante de la casa de su vecino. Lo odiaba. Lo odiaba por recalcarle sus defectos. A menudo, el vecino se ofrecía a llevarlo al pueblo en su coche, de ese modo, por el camino principal, se podía llegar en menos de una hora y media. Pero Mustafa consideraba que lo hacía para mofarse de él, que no lo hacía por gentileza, que así le restregaba su miseria. Lo cierto era que el odiar hacía más llevadera la humilde vida del vendedor de tomates. Le gustaba odiar, y en especial a su vecino. Era la única manera que conocía de expresar sus sentimientos negativos, que nunca exteriorizaba. Al menos así no hacía daño a nadie.
El cielo gris se juntó con el azul y blanco del pueblo y finalmente llegó a su destino. Abrevó a la mula en el río al que luego siguió el curso adentrándoos con él en las calmadas calles.
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Aisha cogió el teléfono, la modista les confirmaba que sus caftanes ya estaban listos, esa misma tarde podían ir a buscarlos. Corrió a avisar a su hermana Fátima. Las dos chicas habían venido de España, en donde residían, para asistir a la boda de su prima. Estaban muy emocionadas, la querían como una hermana, iba a ser un acontecimiento irrepetible. El viaje había valido más que la pena.

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Al lado de la maloliente alcantarilla, a medias encima de la calzada, se encontraba el peor puesto del mercado de la plaza. Mustafa miró al cielo, y en ese mismo instante una gota le cayó en el ojo. Maldijo lo maldecible y como castigo empezó a lloviznar. Los aldeanos que habían acudido al mercado empezaron a huir de la lluvia volviendo al calor del hogar. Pero Mustafa no pensaba irse, debía al menos amortiguar el permiso de venta en el mercado. Además, con suerte se iría su más directo competidor: un robusto señor de barba larga y negra cuyo puesto de tomates, con una magnífica colocación, eclipsaba el suyo. Lo miró de reojo. No, no se iba, así que decidió empezar a odiarlo. No lo conocía de nada, pero le apetecía odiarlo.

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¡Está lloviendo! le gritó Fátima a su hermana desde la ventana del dormitorio. Entonces decidieron coger el coche, a pesar de que la modista estaba relativamente cerca.
La lluvia se animó pasando a chaparrón. El chirrido del limpiaparabrisas incrementaba la tensión que sentían por la falta de visibilidad. Las dos hermanas, con la mayor al volante, Aisha, iban en silencio, escudriñando el exterior a través de la luna del coche. Con el sol ya escondido y la tormenta, apenas veían dos metros por delante. Decidieron aparcar en la plaza. Con nefasto tiempo pensaron que no habría mucha gente.

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Mustafa aguantaba como un valiente, inmutable, inquebrantable. Muchos de los campesinos ya se habían ido, incluido su nuevo rival, el señor de barba negra. Eso le animaba a resistir, aún habiendo sido su última venta más de media hora atrás. Para resguardarse de la lluvia permanecía bajo una cornisa y desde allí vigilaba el puesto. Miró el cielo de nuevo, parecía amainar un poco.
Entonces un coche con matrícula europea entró en la plaza. Iba muy despacio y lentamente aparcó en un sitio blando. Muy blando.
Mustafa miro a su alrededor, había más gente de lo que le había parecido a priori, ¡era su momento!, su momento de gloria. Levantó los brazos exageradamente y gritó ¡Mis tomates! Se acercó al coche repitiendo una y otra vez la misma frase.
Aisha bajó sobresaltada del coche, le estremeció la idea de haber hecho daño a alguien, pero su pie en vez de tomar contacto con el pavimento espachurró un tomate. Observó que una de las ruedas delanteras había hecho mermelada. Entró rápidamente y retrocedió un par de metros.
-         ¡Mis tomates! ¡Habéis aplastado mis tomates!
Mustafa por una vez en la vida se sentía observado, se sentía grande, medio centenar de personas lo estaban observando.
-         ¡Lo siento, lo siento!
-         ¡Mirad lo que habéis hecho! ¡Qué voy a hacer ahora!
-         No te preocupes, que te los voy a pagar.
Involuntariamente el rostro del vendedor se iluminó. ¿Pagar? Lo que parecía ser un mal día se estaba arreglando.
La intensidad de la lluvia había disminuido considerablemente, pero aún bastaban pocos minutos para acabar calado, por lo que Fátima observaba expectante la incómoda escena.
-         Te pago cinco kilos, creo que es más o menos lo que puedo haberte estropeado.
-         ¡¿Qué dices?! ¡si me habéis aplastado casi todo el puesto! Tengo que alimentar a mis hijos, ¡mis tomates! – el vendedor se sentía el amo de la pista, tenía intención de sacar buen partido de ello.
-         Pues entonces pésalo y te pago lo que realmente te he aplastado
Orgulloso del éxito, sacó una bolsa y empezó a introducir en ella tomates dañados. Tuvo que despegar algunos del suelo, y otros que parecían en buen estado, estando solamente manchados, también los metió. Y con todo, de repente Mustafa El Grande empezó a disminuir. Por su experiencia en el peso de bolsas, descubrió que el peso que sentía en su mano era inferior a lo estimado. No, ahora no pensó. Debía arreglar la situación, sus admiradores estaban pendientes, no les podía fallar.
-         Bueno, está bien, me pagas cinco kilos y todo arreglado – dijo diplomáticamente ahora.
Aisha sacó el dinero, vio el rostro del comerciante iluminarse. Pero ella no era ninguna tonta, y era consciente del motivo del cambio de actitud de aquel hombre.
-         Está bien, te pago lo que me dices, pero de todas maneras yo quiero saber el peso de la bolsa que tienes en la mano.
Los sueños de grandeza empezaron a desmoronarse.
-         No hace falta, con esto está todo arreglado – intentó salvar la situación Mustafa.
-         Yo quiero saberlo – y la gente de alrededor también quería.
Todos los ríos al final vuelven a su cauce. Los tomates aplastados tenían un peso que apenas superaba los dos kilos y medio.

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Aquella noche Mustafá regresó a casa abatido. Siempre hacía el camino de vuelta de noche, pero aquel día la penumbra era superior, se había adueñado de su cuerpo. Los dirhams extra no le proporcionaban ningún atisbo de luz. Sí, se había hecho famoso, pero no del modo que había querido. Mañana lo recordarían por otro motivo. Se resignó como siempre hacía, luego odió. De cena tocaba sopa de tomate.

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Mientras Aisha y Fátima regresaron a casa con sus caftanes nuevos. Aunque se había tomado su tiempo, la modista había hecho un excelente trabajo. Irían a la boda, radiantes. 


Inspirado en una historia real.

20 comentarios:

  1. Al ir leyendo estaba totalmente sensibilizada con Mustafa, pensaba pobre va arriba y abajo para alimentar a su familia, el vecino es un cabroncete... Pero bueno querer abusar de alguien que de buenas le ofrece la mano, eso está muy mal, no me gusta Mustafa ya, lo siento.

    Bss

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  2. Siempre al avaro pobre se le quita el regalo, por que no esta acostumbrado a ello, pasa todo lo contrario con el rico, que es experto en manejar la avaricia. Un abrazo.

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  3. Disculpo a Mustafá porque ha sido un hombre muy trabajador que le ha costado mucho sacar a su familia adelante y cuando se le presenta una oportunidad, la aprovecha. Es un ejemplo claro de los errores que podemos cometer -y el que esté libre de ellos que tire la primera piedra- cuando estamos desesperados. No está bien, es cierto, pero hay tantas cosas que se permiten a otros y total, este pobre infeliz cobró de más el equivalente a 2.5 kilos ¡¡¡ de risa !!! cuando aquí los poderosos se ganan a costa del pueblo miles y miles de millones y no pasa nada.

    Me ha encantado.

    Abrazos

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  4. Me gusta esta historia inspirada en la vida real y la forma en como nos vas introduciendo en ella. Un abrazo.

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  5. Estupendo relato y retrato del pobre Mustafa, a quien la vida no parece haberle tratado muy bien. Su actitud mercantil es perdonable por aquello de "necessitas caret lege".
    Saludos, y un abrazo.

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  6. la vida a veces no es fácil para nadie, ni para tu Mustafa.. ni para cualquier español que hoy día tenga como él un negocia abierto y pequeño.

    Un beso

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  7. Qué horrible tiene que ser vivir lleno de odio, y que triste engañar a las personas de esa manera...

    Un beso, un relato muy bueno.

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  8. Pobre Mustafaá, porque es pobre vivir así....

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  9. Para ti:
    http://xay6.blogspot.com/2011/04/para-pedro-j.html

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  10. La avaricia es mala consejera y Mustafa lo comprendió demasiado tarde...un relato muy bueno que hace reflexionar...te felicito Pedro...un abrazo y muchas gracias por tu comentario en La Dama...

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  11. Hola! Acabo de ver que me nos has hecho una visita al blog de vampiros. Arwen siempre tiene unos poemas preciosos, tiene un gran don de la palabra.

    Mi visita es corta, porque ultimamente no tengo mucho tiempo, pero prometo volver y ponerme al día con tu blog, tiene "buena pinta".

    Un saludo!

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  12. El odio demanda una energía fenomenal que si se aplicara a construir....tantas cosas serían distintas. El odio y el resentimiento....
    Abrazo!!!

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  13. Un relato que me sorprendió más cuando, sobre el final, dices que está basado en una historia real.
    Un relato que nos deja pensando.
    Un abrazo.
    Humberto.

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  14. Un relato muy bueno, tienes un montón de registros, ya me gustaría a mí. Un cuento con buena moraleja, no se puede vivir odiando y amargado, que se apliquen el cuento todos esos que se levantan y se acuestan recordando el momento que vivimos y no se acuerdan de que están vivos. Un besito.

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  15. mmmm anda que la avaricia como alguno ha dicho rompe casi todos los sacos. Muy bien contada tu historia, logras meterme (al menos a mi) dentro de ella con mucha fuerza. Me gustó mucho amigo mio. Un saludo de tu amigo Falsario.

    www.falsario.org

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  16. Un relato inspirado en una historia real, si es que la vida, a veces, es dura, amigo.

    Un beso.

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  17. Yo estado en algunos de esos países donde una gran mayoría de la población se llama Mustafá, y la práctica que relatas es de lo más normal. En muchos de esos lugares no viven, sobreviven.

    Besossss.

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  18. Bueno que ya estamos esperando el nuevo relato,

    donde te metes???

    es broma y saludarte

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