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martes, 9 de noviembre de 2010

El Capitán Pescaporra


Eustáquio Gómez Pérez, más conocido como el Capitán Pescaporra, entró como siempre con la cabeza por delante de los pies al Pescaíto Frito, bar en el que prácticamente residía y se arrastró al taburete que ya tenía la forma de los huesos que había debajo de la piel de los glúteos. El barman sin preguntarle le puso lo de siempre, lo mismo que había tomado cinco veces consecutivas hacía dos escasas horas, una cervecita.

Su apodo era una fusión de los apodos de su abuelo, El Capitán, y de su padre, Pescaporra, el cual no había querido continuar con el negocio de su progenitor. A diferencia de su abuelo, del que también había heredado su nombre y su primer apellido, el Capitán Pescaporra no era un auténtico capitán. El padre de su padre había trabajado gran parte de su vida en un buque pesquero y finalmente se había podido comprar una pequeña barca de la cual había sido el capitán e único tripulante. Su nieto había sentido el mismo amor por el mar aunque sólo hubiese pisado un barco en una ocasión para ir a Ceuta a mediados de los años setenta. Y es que ni tan siquiera sabía nadar, su padre le había hecho trabajar en el campo junto a su hermano, y jamás había tenido la oportunidad de internarse en el mundo de los marineros. A principios de los noventa su cuñada Dolores le había traído un reproductor de VHS de la ciudad y a partir de entonces no cesó de comprar y mirar cintas de documentales submarinos. También compró muchas otras cintas de películas de otro tipo de humedales, peces y mariscos.

Dio un pequeño sorbo a su cerveza y misteriosamente dos tercios del contenido de la caña desaparecieron. Las horas transcurrían, la gente entraba y salía, iba y venía, tomaban cafés, cervezas, cubatas, refrescos y luego se iban, comían tapitas de ibérico, de calamares a la romana, de tortilla, de queso, de cayos, de caracoles y de pescadito frito, pero el Capitán no se inmutaba. El barman se encargaba de que su copa estuviese siempre llena, y con eso no había nada más por lo que preocuparse. Y es que el Capitán Pescaporra no tenía nada que hacer. Hacía más de diez años que había conseguido, después de una larga lucha, la ansiada invalidez, su reproductor de vídeo hacía cinco que no funcionaba y lo de ir al club Pusy Girls no podía permitírselo mas que dos o tres veces al mes. La pensión no daba para más. Su difunto hermano huyó de casa y se fue a vivir a la capital con diecisiete años y su cuñada y sobrinos no iban a verle nunca, aunque él tampoco se esforzaba mucho en visitarlos. Realmente no le importaban demasiado. Así que se dedicaba a hacer lo que mejor se le daba, beber cerveza. Solo había un placer mayor que el del darle a la priva, porque los días que iba al club eran los mejores días del mes. Y es que el Capitán Pescaporra nunca se casó, porque nunca encontró una mujer lo suficientemente bonita y que encima fuera capaz de soportarlo. En el club podía elegirlas, él siempre escogía a las más bonitas, sin pagar jamás en sus sueños podría acercarse a una de tal belleza a menos de un metro, porque en sus últimos intentos había recibido bofetadas, insultos y escupitajos en la cara. En cambio las chicas del Pusy le daban lo que necesitaba y  además era en el único sitio en el que podía ser el capitán y surcar los mares.
El pesado del barman lo acompañó a la puerta como todos los días ya que el bar ya estaba cerrado. La labor de sujetar la barra ya había concluido. Observó la estrella Polar para averiguar la dirección que debía tomar. Aunque el cielo estaba despejado la marejada habitaba en su interior y partió surcando las olas rumbo al barco o a las estrellas.
Fin.


5 comentarios:

  1. Pobre Capitán Pescaporras!!!!

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  2. Triste la historia de tu Capitán pero bien relatada.

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  3. Es difícil recibir sin dar nada a cambio. ;)

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  4. Me resulta familiar xD

    Soy Jose xD no me deja registrarme :S

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  5. Familiar??? mmmmm si lo es ha sido inconsciente, que conste jeje

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