El gigante permanecía inmóvil, nada podía turbar su profunda
meditación. En el interior de una abrupta gruta de las montañas rocosas
perdidas en mitad del basto desierto ni el ligero sonido del viento acariciando
las rocas y produciendo un agudo silbido desconcentraba al guerrero. Ataviado
con una túnica blanca con capucha, el hombre parecía un colosal fantasma cuyas
sábanas bailaban al son del canto del viento. En contraste con su indumentaria
el rostro y manos eran oscuros, muy oscuros, tostados por el sofocante sol del
desierto.
De pronto algo turbó sus pensamientos, interrumpió su paz
interior. Por el agujero de la bóveda natural de la caverna por donde entraba
la luz, un mal aire entró. El oxígeno estaba contaminado por un olor dulzón. El
hedor de la sangre. Se había terminado la meditación, se acercaban tiempos
difíciles, así que cogió su descomunal espada que permanecía esperándole clavada en la entrada de la cueva en señal de no molestar. Se la ató a la espalda, cruzada, y se dirigió hacia su
destino a zancadas pausadas pero firmes, rítmicas; cortas pero seguras.
Wowww como escribes me pareció estar presenciando la escena...ese guerrero que tras la meditación va a luchar por su destino por su honor...muy bello, besosss con mi ternura...
ResponderEliminarNada mejor que tener la seguridad de lo que se hace y porque se hace.
ResponderEliminarUn placer leerte, PedroJ.
Besitos.
El destino llamo a su puerta con olor a sangre y el guerrero salió de su guarida para forjar su leyenda. Un abrazo.
ResponderEliminarCorto pero intenso. ¡Simplemente genial!
ResponderEliminarUn abrazo!
Me ha encantado este micro-relato, me he quedado prendada leyéndolo casi sin pestañear.
ResponderEliminarMi admiración por tu maravillosa manera de transmitir.
Un beso.