El día en que la vio por primera vez, supo que su felicidad solo sería posible estando junto a ella. El automóvil se detuvo.
- Ahora tenemos que seguir a pié – le dijo a su amada.
Bajaron del coche y se introdujeron en el bosque, siguiendo un sinuoso sendero, y a unos pocos metros llegaron al mirador.
- Hemos llegado a tiempo, el sol todavía no se ha puesto.
Ante ellos, bajo sus pies, se extendía bello y acogedor el pueblo, entre sus casas blancas y bajas solo sobresalía el alto campanario de la iglesia.
- ¡Es precioso! – exclamó ella.
- Ahora viene lo mejor.
El astro empezó a esconderse más allá del pueblecito, detrás de las montañas.
Ella permanecía atónita, observando las maravillas de la naturaleza y como las negras sombras crecían poco a poco, pero él, estaba pendiente de otra cosa. Sacó de su bolsillo una cajita negra que guardaba celosamente la abrió y se la tendió.
- ¿Quieres casarte conmigo?
Ella atónita miró el anillo de oro blanco con un rubí incrustado. Los ojos se le humedecieron debido a la emoción.
- Si, quiero.
Entonces, él ya no pudo contener más la sed de sus labios así que la estrechó entre sus brazos y la besó.
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