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lunes, 27 de febrero de 2012

Bestia




La bestia se movía por el callejón arrastrando los pies, tambaleándose. Apoyó su espalda en la mugrienta pared y se dejó caer con todo el peso de la gravedad. De entre su demencia un atisbo de luz se coló y los recuerdos de su anterior vida lo invadieron. Los recuerdos de cuando fue humano, de cuando era un feliz albañil que iba todos los días a trabajar. Vivía felizmente con su amada esposa y su ángel, su princesa, su hija. Vivían en un cálido y espacioso apartamento en el centro de la ciudad. El mundo era perfecto, todos los días salía el arco iris, hasta que el nubarrón eclipsó el firmamento. El entonces hombre, había oído rumores pero no les había prestado atención, pensaba que a él no llegaría.
Pero la tormenta llegó a las puertas de su humilde y feliz morada. Poco a poco sus compañeros fueron cayendo, y cuando pensaba que todo mejoraría y que a él no le tocaría, la empresa quebró. Los números en la cuenta del banco del otrora hombre fueron disminuyendo y las broncas con su amada mujer nacieron. Pronto fue imposible pagar las facturas y la tensión en casa se hizo insoportable. La exorbitada hipoteca de casa, coches, home cinema, muebles de diseño, pronto fue imposible de pagar y poco a poco todo empezó a volar. Finalmente la amada esposa también voló, se marchó a casa de su madre después de una acalorada bronca, llevándose consigo a la princesa. El agresivo desahucio también cayó sobre las espaldas del abatido hombre y pronto se consolidó su transformación, lenta y dolorosa, para convertirse en una despiadada bestia en búsqueda de sus necesidades primarias.
Allí sentado, en el oscuro callejón junto al contenedor de basura, la bestia se durmió. A la mañana siguiente continuaría su camino, sin rumbo, sin sentido, sin esperanza.  

sábado, 4 de febrero de 2012

El frío de Carlos


Carlos era un chico normal y corriente que vivía en un humilde apartamento con su madre. Sus hermanos ya se habían emancipado y su padre, un hombre cruel y agresivo, había fallecido cinco años atrás, empezando con ello una nueva vida.
            Una mañana de finales de enero, el joven se levantó temprano para ir a trabajar un día más a la obra. Aquel invierno había sido muy piadoso y la calidez de los días se asemejaban más a una fresca primavera. Pero aquella mañana fue distinta. Carlos se levantó con el frío metido en el cuerpo, tiritando, contraído. Miró por la ventana y aunque el sol no había salido aún, había suficiente claridad para comprobar que el cielo estaba completamente despejado. Para ver si entraba en calor, el chico se preparó un dulce y cargado café con leche para desayunar y, aunque se quemó la lengua y el paladar, no consiguió desprenderse del gélido frío que le recorría todo el cuerpo. Antes de marcharse de casa comprobó que efectivamente no tenía fiebre.
Salió de casa, pasó por delante del restaurante chino que estaba junto su portal y saludó a la dulce Xiaoyan que como todas las mañanas barría risueña la acera.
-         Buenos días – saludó Carlos.
-         Buenos días – respondió la chica con una cálida sonrisa.
Llegó al final de la calle, a los cinco minutos llegó Paco con su coche, y ambos se fueron a trabajar al bloque de apartamentos que se estaba construyendo a las afueras del pueblo.

            Por la tarde Carlos llegó a su casa y seguía igual, no lograba quitarse esa ingrata sensación del cuerpo, ese intenso y gélido frío que empezaba a atormentarle. Ni la sopa caliente, ni la estufa, ni las mantas conseguían aliviarlo, y eso que el sol había brillado con fuerza todo el día.
            Por la noche apenas pudo conciliar el sueño, bajo kilos de mantas que le dificultaban el movimiento, su mandíbula castañeteaba con fervor.

            A partir de entonces eso se convirtió en una tortuosa rutina, en un sin vivir. Pasaban los días y el gélido malestar no cesaba. Fue a ver al doctor y no le encontró nada, se vestía con numerosas mangas, con ropa térmica y ropa de buen grosor y nada.
Finalmente cayó en una profunda depresión y pidió la baja en el trabajo. Los psicólogos tampoco le ofrecieron solución alguna. Los días trascurrían uno tras otro sin cambos en su desgraciada vida. 
 Y cuando estaba a punto de abandonar, cuando su mente le decía que no valía la pena vivir con tal sufrimiento, algo sucedió:

Sonó el timbre.
-         ¡Carlos, tienes visita! – informó su madre al chico que vivía bajo capas de mantas metido en la cama en su habitación.
La puerta se abrió.
-         Buenos días – dijo Xiaoyan con la sonrisa más brillante y cálida del mundo.
-         Buenos días – contestó Carlos después de titubear sentado en la cama.

Xiaoyan apartó las mantas y abrazó con todas sus fuerzas a Carlos. Éste la correspondió y ya nunca más volvió a tener frío.