La bestia se movía por el callejón arrastrando los pies,
tambaleándose. Apoyó su espalda en la mugrienta pared y se dejó caer con todo
el peso de la gravedad. De entre su demencia un atisbo de luz se coló y los
recuerdos de su anterior vida lo invadieron. Los recuerdos de cuando fue
humano, de cuando era un feliz albañil que iba todos los días a trabajar. Vivía
felizmente con su amada esposa y su ángel, su princesa, su hija. Vivían en un
cálido y espacioso apartamento en el centro de la ciudad. El mundo era
perfecto, todos los días salía el arco iris, hasta que el nubarrón eclipsó el
firmamento. El entonces hombre, había oído rumores pero no les había prestado
atención, pensaba que a él no llegaría.
Pero la tormenta llegó a las puertas de su humilde y feliz
morada. Poco a poco sus compañeros fueron cayendo, y cuando pensaba que todo
mejoraría y que a él no le tocaría, la empresa quebró. Los números en la cuenta
del banco del otrora hombre fueron disminuyendo y las broncas con su amada
mujer nacieron. Pronto fue imposible pagar las facturas y la tensión en casa se
hizo insoportable. La exorbitada hipoteca de casa, coches, home cinema, muebles
de diseño, pronto fue imposible de pagar y poco a poco todo empezó a volar.
Finalmente la amada esposa también voló, se marchó a casa de su madre después
de una acalorada bronca, llevándose consigo a la princesa. El agresivo
desahucio también cayó sobre las espaldas del abatido hombre y pronto se
consolidó su transformación, lenta y dolorosa, para convertirse en una despiadada
bestia en búsqueda de sus necesidades primarias.
Allí sentado, en el oscuro callejón junto al contenedor de
basura, la bestia se durmió. A la mañana siguiente continuaría su camino, sin
rumbo, sin sentido, sin esperanza.