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sábado, 23 de abril de 2011

3- En la Zona Zero



Cuando Don Lombriz, el rey topo, había dicho que los llamarían al alba había sido por decirlo de alguna manera, ya que en la Zona Zero no existían las noches ni los días, el horizonte siempre permanecía blanco. Por eso los dormitorios de sus habitantes solían ser completamente oscuros. En la Zona Zero no había atmósfera, no había oxígeno, no había clima, no había absolutamente nada, todo había sido creado por los topos a base de generadores de aire, de clima, etc.
               Raptor, el lagarto, había llevado a los tres edenitas, León, Panterra y Flip a un edificio cercano al palacio que parecía ser una barraca de soldados. A pesar de ello estaba preparada con toda clase de comodidades que cualquier persona necesitara o más bien deseara. En las habitaciones del edificio de soldados convivían dos personas en cada una de las cincuenta que había en aquel edificio. El ambiente que se respiraba no era de soldados que estuvieran esperando el momento para ir a morir a la guerra, sino más bien parecía una apacible comunidad de vecinos. Todas Las habitaciones tenían su pequeño balcón, León estaba fuera observando el mundo o lo que fuese aquello que tenía ante sus ojos. Aquellos seres habían hecho realmente un trabajo impresionante. Aquel sitio no solo consistía en un montón de edificios rodeados de serpenteantes carreteras que se alzaban a decenas de metros, llegaban a entrecruzarse y formaban verdaderos nudos. Usaban la tecnología del teletransporte para traer cosas de los planetas vecinos, tales como tierra o agua y así habían creado parques, zonas de cultivo, granjas, tiendas, sitios para ocio, restaurantes. Se notaba que a aquella gente le gustaba la comodidad y que no había renunciado a ella. La diversidad de personas que circulaba por la calle ya fuese a pié o en aquellos extraños coches flotantes conducidos por robots, era sorprendente. No sólo había soldados, también había trabajadores y niños, indiferentemente de ambos sexos o de sexo indefinible. Pero a aquella dimensión le faltaba algo. Le faltaba la luz del sol calentando la piel, le faltaba el viento hondeando el cabello, le faltaba la lluvia que mojara los campos, le faltaba todo lo natural de un verdadero mundo. Panterra salió también al balcón y se situó al lado de su silencioso hermano apoyándose ligeramente en la reluciente barandilla plateada sin decir nada. Todos sus ideales, sus motivos de lucha no habían cambiado, sólo que habían adquirido una magnitud que los hacía sentir insignificantes. Hacía unas horas tenían importantes cargos en la resistencia en la ciudad Adan y ahora estaban entre un ejército inimaginable que pretendía enfrentarse al invencible imperio celestial. Era una buena noticia, debían sentirse regocijados, habían encontrado a un imperio entero luchando por su misma causa, sólo que aquello les quedaba grande y no podían evitar una sensación de insignificancia. Necesitaban tiempo para asimilar todo lo que había pasado en las últimas horas.
Toc, toc toc.
La puerta sonó. 
Eran Flip y un extraño personaje:
-         Que tal chicos, os presento a mi compañero de habitación, Tupe.
Era un pelos, pero éste llevaba puesto unos pantalones ajustados negros como los de los militares y una coraza negra encima del pelo que cubría por completo su cuerpo. Lo único que se le podía ver en su peludo rostro eran unos pequeños ojos negros que parpadeaban cada poco tiempo. No era de mucha estatura, medía aproximadamente unos 160  centímetros.
-         Encantada, yo soy Panterra.
-         Yo me llamo León.
-         Hola – dijo alegremente aquel personaje con voz apagada por el montón de pelos que le tapaba la boca – me han encargado guiaros por aquí, supongo que tendréis hambre.
-         La verdad es que me comería un caballosaurio entero – dijo Flip tocándose la barriga con las manos.
-         Seguidme.
Los tres edenitas siguieron a su peludo guía por el pasillo de su piso. Sólo en aquella planta habría treinta habitaciones. Se introdujeron en uno de los cuatro ascensores que había.
-         Supongo que tú eres un pelos, nos han dejado unos informes en la estancia a cerca de los aliados del rey topo, pero no he tenido tiempo de leerlos detenidamente – habló la curiosa Panterra - ¿qué clase de pueblo sois?
-         Mi mundo es pequeño y allí no pasan grandes cosas – el tono revelaba que el chico era bastante joven – no somos guerreros, somos un pueblo que renuncia a la violencia.
-         ¿Pero tú eres un soldado? – intervino Flip.
-         Es cierto, la verdad es que estáis ante el primer soldado pelo – dijo orgullosamente Tupe colocándose una mano en el pecho.
Bajaron un par de plantas y el ascensor se abrió para dar paso a una sala bastante grande que parecía ser de recreo. En ella había libros, juegos de mesa, recreativos y otros objetos cuya función desconocían por completo los edenitas.
-         ¿Y cómo es eso?, tus paisanos no estarán muy contentos contigo.
-         La verdad es que los grandes ancianos de mi mundo se oponían a ello e incluso me han prohibido volver a mi planeta, pero yo creo que todo esto también nos concierne a nosotros. Si no hacemos algo, tarde o temprano caeremos bajo el imperio, y si es así prefiero hacerlo luchando.
-         Es admirable, que te opongas a tu pueblo con la intención de protegerlos – dijo Panterra.
-         Bueno – suspiró el hombre peludo – espero que tarde o temprano se den cuenta de que es necesario, y que más compatriotas se opongan a nuestras estúpidas antiguas leyes y se unan a la causa.
León, como siempre, solo escuchó. No dijo nada aunque sintió admiración por aquel ser al que ni siquiera conocía.
               Pasaron aquella sala y entraron a un enorme comedor en el que había decenas de mesas. No parecía que fuese la hora de comer porque estaba completamente vacío. Lo cruzaron y abrieron una puerta blanca que daba paso a la cocina. Era enorme, estaba llena de fogones, hornos, planchas y demás maquinaria. En ella sólo había una pareja que estaba cocinando. Eran un hombre y una mujer de avanzada edad. Su piel era de un color anaranjado, de no ser por eso podrían pasar por edenitas. Él tenía un grueso mostacho negro canoso que le adornaba su rechoncha cara. Una gran cejota casi le tapaba los ojos. Llevaba un gorro blanco que solo le dejaba ver el pelo grisáceo de la nuca. Iba vestido con una chaquetilla blanca y unos pantalones gris azulado. Un delantal rojo lo tapaba para impedir mancharse el uniforme. Ella tenía la cara igualmente rechoncha pero unos bonitos ojos azules junto a una agradable sonrisa le daban un aire amable y bondadoso. También llevaba un gorro blanco, pero por detrás le  colgaban dos rubias trenzas curiosamente recogidas. También llevaba una chaquetilla blanca, pero en vez de pantalones llevaba una falda larga de color azul marino también tapada por un delantal.
               La mujer levantó la cabeza y los vio. Esbozó una sonrisa y se acercó a ellos.
-         Habéis venido pronto, todavía falta un poco para que la comida esté lista – aquella señora hablaba tremendamente rápido – mi nombre es Seta y aquel viejo gruñón de allí es mi marido Champi.
El hombre levantó su cejota y emitió un gruñido a modo de saludo, luego volvió ha posar su mirada en lo que estaba haciendo.
               León, Panterra, Flip, y Tupe estuvieron aguardaron unos pocos minutos sentados en el comedor esperando la comida. Tupe les habló de su planeta: de su clima, de su política, de sus tradiciones, etc. Para tres guerrilleros acostumbrados a vivir con la muerte cerca, era fácil  deducir que aquel bondadoso ser, a pesar de sus nobles motivos, jamás sería capaz de matar a nadie y difícilmente podría convertirse en un buen soldado. Los pelos no sabían realmente lo que era la violencia ya que su planeta estaba desprovisto de animales salvajes que superaran el tamaño de un gato y ellos eran diplomáticos, pacientes, muy respetuosos y jamás llegaban a las manos en disputas, fuesen del tipo que fuesen. Su planeta era un ochenta y cinco por ciento agua y el resto una enorme masa de tierra recubierta de una densa selva. Vivian en pequeñas comunidades familiares formadas por cabañas hechas con ramas y grandes hojas. Eran muy fieles a la familia que para ellos era lo más importante. La media de hijos de un matrimonio en Rastafari era de doce. De hecho Tupe era el hermano siete de nueve.
-         Aquí tenéis la comida muchachos – interrumpió alegremente Seta.
Y aquella agradable mujer empezó a traer bandejas de comida. Trajo muchísimas, bandejas de carne, de pescado, de arroz, de verduras varias, de frutas, de dulces, etc. Parecía que habían cocinado para diez personas al menos. León, Panterra y Flip no se habían dado cuenta del hambre que tenían hasta ver aquellas bandejas de apetitosos manjares. También les trajeron un excelente vino azulado y agua fresca para acompañar. Entonces la conversación quedó totalmente interrumpida. Tupe observaba atónito a los tres guerreros como devoraban vorazmente los excelentes alimentos. En media hora se habían zampado prácticamente toda la comida de las bandejas. Estaban tan hartos que apenas podían hablar.
-         Bueno – dijo al fin Tupe, el pelo – vamos a dar una vuelta por los alrededores a ver si se os baja un poco la comida.
-         Buena idea.
               Salieron del edificio y se pusieron a andar por las increíblemente relucientes calles. Panterra miró al cielo y no vio nada. Absolutamente nada. El cielo de  aquel extraño lugar era un infinito vacío blanco. Al cabo de unos segundos tuvo que agachar la vista ya que el vacío blanco acababa deslumbrando y los ojos empezaron a picarle.
-         ¿Alguna vez se ha investigado hacia arriba? ¿se sabe si hay algo allí?
-         Sí – habló su peludo nuevo compañero después de soltar un ligero suspiro – En un par de ocasiones, los geniales topos han mandado sondas hacia arriba. Una de ellas desapareció y nunca la volvimos a ver. La otra cayó del cielo tres años después, con fortuna en el parque. Ahí arriba no hay nada. Es difícil de comprender, pero es así.
La respuesta no pareció aliviar la curiosidad de la guerrera edenita.
Era increíble que los ingenieros de esta ciudad hubiesen puesto asfalto, baldosas, tierra, etc, encima de aquel extraño suelo albo, que al parecer nadie había conseguido taladrar, romper ni siquiera rayar. Las investigaciones que habían hecho no habían aclarado nada a los científicos, solo les había provocado mas preguntas sin respuesta. A pesar del poco acogedor extraño lugar, no se podía decir lo mismo de la ciudad que se había construido en él. Pasearon por un cercano parque en el que se había construido un estanque artificial. En él no había aves nadando, pero sí tenía bonitos peces de colores que se podían ver perfectamente en el agua blanquecina. La gente paseaba felizmente. Había parejitas de enamorados, la cual una de topos llamó la atención a los edenitas, había niños corriendo y jugando, había ancianos paseando tranquilamente. Lo que tenían en común todas estas personas, era que eran felices. León no pudo evitar sentir algo de envidia, por la suerte que tenía esta gente de tener un rey tan bondadoso.
               Después de pasear varias horas hablando decidieron que debían ir a ducharse y descansar para mañana estar en plena forma. Tupe y Flip, y Panterra y León regresaron a sus respectivas habitaciones. Mientras Panterra se daba un relajante baño con unas sales rosáceas que les habían dejado en la habitación, León se sentó en la cama cabizbajo, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cruzadas. Todo aquello era frustrante, confuso. No podía siquiera saber que sentía. Alegría, dolor, tristeza, nostalgia, ira, alivio. Todos los sentimientos se cruzaban por su cabeza y en segundos desaparecían. Lo único que tenía claro es que debía luchar. Debía luchar para derrotar al tirano Don Mefistus III, el Dios. Tenía claro que quería un mundo mejor para los seres que quería, su hermanita pequeña, su mentor Mendigo, sus compañeros de la resistencia. Sí, debía hacerlo sobretodo por Panterra. Desde pequeño su maestro le había insistido en que debía cuidar de su hermana y así lo haría. Debía intentar ayudar a aliviar los sufrimientos que había causado la familia Sátirus  con su imperio celestial durante cientos de años. También sabía que él sólo era un hombre y que lo que podía hacer sólo era poco. Pero lo poco que pudiese dar lo iba a dar aunque le costase la vida.
               Cuando los dos hermanos estuvieron aseados se acostaron, y a pesar de las emociones del día se durmieron rápidamente. El cansancio lo superaba todo. Y así llegó el amanecer del siguiente día.

               Panterra abrió los ojos, miró la cama donde dormía su hermano y no estaba. Se incorporó y vio que el balcón estaba abierto. Se levantó fue al pequeño pero limpio baño de la habitación y se lavó bien la cara y los dientes con un higiénico cepillo blanco que les habían dejado a cada uno. Luego salió al balcón. Allí estaba León mirando con la vista perdida en el frío horizonte.
-         ¿Estás listo? – dijo a su hermano.
Sin quitar la vista del horizonte asintió.
-         Vamos.
Alguien picó la puerta. Los dos hermanos salieron de la habitación y allí los estaba esperando Raptor y Flip que estaba apoyado en la pared del pasillo con los brazos cruzados. Después de desayunar delicias preparadas por Champi y Seta se dirigieron al palacio para reunirse con el rey topo. Cuando llegaron al despacho del rey don Lombriz XIII él los aguardaba allí con otra persona.
-         Hola chicos – saludó amablemente el monarca - ¿habéis descansado bien?
-         Estupendamente señor – contesto la chica del grupo – gracias por vuestra hospitalidad.
-         Baa déjate de formalidades – dijo – os presento a mi sobrino hum, hum Seda. Él os acompañará en representación mía. A pesar de su juventud es muy inteligente y valeroso.
Era un simpático ser, parecido a su tío (tío abuelo de a saber cuantas generaciones). Su cuerpo estaba también recubierto de un pelaje color pardo grisáceo, pero él no tenía mechones canosos. Se notaba que era joven.
-         Mucho gusto – dijo el joven topo haciendo una reverencia.
-         El gusto es nuestro.
Raptor les contó que la resistencia en la capital había sido erradicada. A parte de unos pocos que habían conseguido huir, habían sido todos asesinados brutalmente por los soldados celestiales de la ciudad. Así que debían ir inmediatamente a Exilio, el país vecino que era dónde se encontraba el núcleo de la resistencia. El problema estaba que no sabían exactamente en que pueblo se encontraba el líder ni siquiera quien era.
-         Nadie de nosotros sabemos quién es nuestro verdadero líder. Las órdenes las da el capitán Fénix, que vive en Sombra, un pueblecito costero al este del país – explicó Flip
Los contactos de Raptor le habían asegurado que el subcomandante Sapus estaba preparando algo en contra de la resistencia, pero no sabían exactamente el qué.

León se sintió acongojado, ¿qué habría sido de su maestro Mendigo? Aunque fuera un hombre mayor y le faltara una pierna, estaba seguro de que habría conseguido ocultarse. Era demasiado inteligente y cauto para dejarse atrapar por sorpresa.
-         Muy bien, pues vamos.
Raptor, Seda, León, Panterra y Flip se dirigieron al edificio militar de teletransporte, que era por dónde habían llegado los tres edenitas y el lagarto el día anterior. En la entrada les esperaba un soldado que iba a acompañarlos también en el viaje. Parecía ser de la misma raza que los cocineros Champi y Seta. Era parecido ha los edenitas, pero algo mas menudo de estatura y su piel era de un color anaranjado. Su pelo era corto, liso y azabache. Era muy joven pero su rostro serio, de nariz un poco aguileña, grandes ojos negros y labios finos, reflejaban experiencia o al menos preparación. Se llamaba Trébol y también llevaba un ordenador en el brazo igual que Raptor. Los seis se dirigieron a los vestuarios y se les dio una coraza azul que al parecer también protegía de los molestos efectos que producían los viajes a través de los portales. Raptor no la necesitaba ya que la dureza de su cuerpo lo protegía pero también se la puso. Luego les dieron rifles láser de alta tecnología. Ya preparados, se dirigieron a la extraña sala blanca en dónde se encontraba la gran máquina. Allí los esperaba un topo vestido con una bata blanca, debía ser un científico. En una esquina de la habitación había un pequeño computador con un panel. En el panel había dibujado el mapa entero de Edén. Panterra le indicó exactamente donde se encontraba el pueblo de Sombra. El menudo científico se puso a hacer cálculos con el computador. Estuvo unos diez minutos y entonces de debajo de los cuernos de aquel enorme aparato que colgaba del techo se abrió un portal con su característico brillo y su ligero sonido metálico.
Raptor se adelantó:
-         ¿Estáis preparados?
Los demás miembros del grupo asintieron. Entonces Raptor saltó el primero en el portal y desapareció. Después le siguió Seda, consecutivamente León, Panterra y Flip. Y por último Trébol.   

martes, 19 de abril de 2011

Página 89, línea 5 (Juego)

Mi amiga Xay (http://xay6.blogspot.com/) me ha propuesto un juego muy interesante: se trata de abrir el libro que estés leyendo por la página 89 y escribir lo que pone en la 5ª línea.
Lo cierto es que tengo un libro empezado, y que por los estudios he dejado en PAUSE. Lo cierto es que me ha decepcionado un poso, pero a partir de junio pienso acabarlo. Se trata de Vespera de Anselm Audley. El libro transcurre unos años más tarde de los acontecimientos de la trilogía de Aquasilva (Herejía, Inquisición y Cruzada) Pese a que hay mucha gente que ha criticado duramente estos libros, y pese a que son algo densos, transcurriendo la acción en ocasiones muy despacio, creo que la capacidad creador del autor es fascinante.
Pues a lo que vamos, en la página 89, en la línea 5 pone:
...de la ciudad. Como sus rivales y con una pasión más profunda,...


Creo que cuenta poco del libro pero bueno. 
Para seguir el juego tengo que proponer a tres amigos, ahí van:
Sakkarah (http://sakkarah-sakkarah.blogspot.com/)
Sheol13 (http://solomemolestaami.blogspot.com/)
Estrella Altair (http://estrellaaltairtoledo.blogspot.com/)

Debéis hacer lo mismo... si queréis.
Besos.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tu regreso.


El cielo y la mar se unen en el horizonte
La perfección y la imperfección
El blanco no es sin el negro
El ying sin el yang
No hay verano sin invierno
Ni crepúsculo sin amanecer.

La lluvia se escampa
Y el sol sale para verte regresar
El cielo y la mar se unen en el horizonte
Al igual que tú y yo,
Que nos fundimos en el más profundo abrazo. 

Últimamente tengo el blog algo abandonado. No es que esté falto de ideas ni de inspiración, es que a los pocos meses para llegar a los treinta estoy inmerso (o eso intento) en los estudios. ¡Y no es nada fácil después de tanto tiempo! Y hasta finales de mayo seguiré así. Siento no poder pasarme por vuestros blogs lo que yo quisiera, pero volveré, me queda curda para rato. Muchas gracias a todos. 

domingo, 3 de abril de 2011

Un momento de gloria


Mustafa se despertó, como hacía a diario, instintivamente a las cinco de la mañana. Abandonó el calor de su lecho, dejando sola a su mujer. Su movimiento en la cama carecía de fuerza suficiente para estorbar y despertar a su, ángel, era evidente la diferencia de tamaño entre ambos.
Miró por la ventana, no se apreciaban las estrellas, mal augurio, probablemente lloviera también aquel día.
Salió a los corrales para preparar a la mula, ponerle los cestos y llenarlos con los tomates. Dos días por semana, jueves y sábado, Mustafa bajaba al pueblo a vender sus frutos. Aquel año había tenido muy buena cosecha, pero la incesante lluvia amenazaba con el impedimento de su venta y posterior pérdida del producto. No podía ser.
Sus tres hijos se levantarían pronto para sacar a las cabras. Todavía eran demasiado pequeños para bajar solos al pueblo para ir a la escuela. Él había querido enseñarles el negocio de los tomates, pero Asma, su mujer, se había opuesto rotundamente replicando que suponía demasiado trabajo para el beneficio que sacaban de ello, y además los niños todavía eran demasiado pequeños.
A Mustafa no le gustaba que su mujer le dijera lo que podía o no hacer, él era el hombre de la casa. Sus pocos amigos se reían de él y tenía que soportar constantes humillaciones. Pero lo cierto, era que no se atrevía a contradecir a su corpulenta esposa, ya que era indiscutiblemente mucho más fuerte que él.
La chilaba, a pesar de su capucha, era insuficiente para tapar el gélido frío matutino. Se incrementaba a consecuencia de la nieve que cubría las cercanas cumbres de las montañas. Dos largas horas de camino le esperaban, descendiendo por un serpenteante sendero de cabras de pronunciada pendiente. La naturaleza virgen de los bosques y su aire puro despertaban los sentidos con sus fragancias.
Mustafa pasó con presteza por delante de la casa de su vecino. Lo odiaba. Lo odiaba por recalcarle sus defectos. A menudo, el vecino se ofrecía a llevarlo al pueblo en su coche, de ese modo, por el camino principal, se podía llegar en menos de una hora y media. Pero Mustafa consideraba que lo hacía para mofarse de él, que no lo hacía por gentileza, que así le restregaba su miseria. Lo cierto era que el odiar hacía más llevadera la humilde vida del vendedor de tomates. Le gustaba odiar, y en especial a su vecino. Era la única manera que conocía de expresar sus sentimientos negativos, que nunca exteriorizaba. Al menos así no hacía daño a nadie.
El cielo gris se juntó con el azul y blanco del pueblo y finalmente llegó a su destino. Abrevó a la mula en el río al que luego siguió el curso adentrándoos con él en las calmadas calles.
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Aisha cogió el teléfono, la modista les confirmaba que sus caftanes ya estaban listos, esa misma tarde podían ir a buscarlos. Corrió a avisar a su hermana Fátima. Las dos chicas habían venido de España, en donde residían, para asistir a la boda de su prima. Estaban muy emocionadas, la querían como una hermana, iba a ser un acontecimiento irrepetible. El viaje había valido más que la pena.

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Al lado de la maloliente alcantarilla, a medias encima de la calzada, se encontraba el peor puesto del mercado de la plaza. Mustafa miró al cielo, y en ese mismo instante una gota le cayó en el ojo. Maldijo lo maldecible y como castigo empezó a lloviznar. Los aldeanos que habían acudido al mercado empezaron a huir de la lluvia volviendo al calor del hogar. Pero Mustafa no pensaba irse, debía al menos amortiguar el permiso de venta en el mercado. Además, con suerte se iría su más directo competidor: un robusto señor de barba larga y negra cuyo puesto de tomates, con una magnífica colocación, eclipsaba el suyo. Lo miró de reojo. No, no se iba, así que decidió empezar a odiarlo. No lo conocía de nada, pero le apetecía odiarlo.

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¡Está lloviendo! le gritó Fátima a su hermana desde la ventana del dormitorio. Entonces decidieron coger el coche, a pesar de que la modista estaba relativamente cerca.
La lluvia se animó pasando a chaparrón. El chirrido del limpiaparabrisas incrementaba la tensión que sentían por la falta de visibilidad. Las dos hermanas, con la mayor al volante, Aisha, iban en silencio, escudriñando el exterior a través de la luna del coche. Con el sol ya escondido y la tormenta, apenas veían dos metros por delante. Decidieron aparcar en la plaza. Con nefasto tiempo pensaron que no habría mucha gente.

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Mustafa aguantaba como un valiente, inmutable, inquebrantable. Muchos de los campesinos ya se habían ido, incluido su nuevo rival, el señor de barba negra. Eso le animaba a resistir, aún habiendo sido su última venta más de media hora atrás. Para resguardarse de la lluvia permanecía bajo una cornisa y desde allí vigilaba el puesto. Miró el cielo de nuevo, parecía amainar un poco.
Entonces un coche con matrícula europea entró en la plaza. Iba muy despacio y lentamente aparcó en un sitio blando. Muy blando.
Mustafa miro a su alrededor, había más gente de lo que le había parecido a priori, ¡era su momento!, su momento de gloria. Levantó los brazos exageradamente y gritó ¡Mis tomates! Se acercó al coche repitiendo una y otra vez la misma frase.
Aisha bajó sobresaltada del coche, le estremeció la idea de haber hecho daño a alguien, pero su pie en vez de tomar contacto con el pavimento espachurró un tomate. Observó que una de las ruedas delanteras había hecho mermelada. Entró rápidamente y retrocedió un par de metros.
-         ¡Mis tomates! ¡Habéis aplastado mis tomates!
Mustafa por una vez en la vida se sentía observado, se sentía grande, medio centenar de personas lo estaban observando.
-         ¡Lo siento, lo siento!
-         ¡Mirad lo que habéis hecho! ¡Qué voy a hacer ahora!
-         No te preocupes, que te los voy a pagar.
Involuntariamente el rostro del vendedor se iluminó. ¿Pagar? Lo que parecía ser un mal día se estaba arreglando.
La intensidad de la lluvia había disminuido considerablemente, pero aún bastaban pocos minutos para acabar calado, por lo que Fátima observaba expectante la incómoda escena.
-         Te pago cinco kilos, creo que es más o menos lo que puedo haberte estropeado.
-         ¡¿Qué dices?! ¡si me habéis aplastado casi todo el puesto! Tengo que alimentar a mis hijos, ¡mis tomates! – el vendedor se sentía el amo de la pista, tenía intención de sacar buen partido de ello.
-         Pues entonces pésalo y te pago lo que realmente te he aplastado
Orgulloso del éxito, sacó una bolsa y empezó a introducir en ella tomates dañados. Tuvo que despegar algunos del suelo, y otros que parecían en buen estado, estando solamente manchados, también los metió. Y con todo, de repente Mustafa El Grande empezó a disminuir. Por su experiencia en el peso de bolsas, descubrió que el peso que sentía en su mano era inferior a lo estimado. No, ahora no pensó. Debía arreglar la situación, sus admiradores estaban pendientes, no les podía fallar.
-         Bueno, está bien, me pagas cinco kilos y todo arreglado – dijo diplomáticamente ahora.
Aisha sacó el dinero, vio el rostro del comerciante iluminarse. Pero ella no era ninguna tonta, y era consciente del motivo del cambio de actitud de aquel hombre.
-         Está bien, te pago lo que me dices, pero de todas maneras yo quiero saber el peso de la bolsa que tienes en la mano.
Los sueños de grandeza empezaron a desmoronarse.
-         No hace falta, con esto está todo arreglado – intentó salvar la situación Mustafa.
-         Yo quiero saberlo – y la gente de alrededor también quería.
Todos los ríos al final vuelven a su cauce. Los tomates aplastados tenían un peso que apenas superaba los dos kilos y medio.

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Aquella noche Mustafá regresó a casa abatido. Siempre hacía el camino de vuelta de noche, pero aquel día la penumbra era superior, se había adueñado de su cuerpo. Los dirhams extra no le proporcionaban ningún atisbo de luz. Sí, se había hecho famoso, pero no del modo que había querido. Mañana lo recordarían por otro motivo. Se resignó como siempre hacía, luego odió. De cena tocaba sopa de tomate.

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Mientras Aisha y Fátima regresaron a casa con sus caftanes nuevos. Aunque se había tomado su tiempo, la modista había hecho un excelente trabajo. Irían a la boda, radiantes. 


Inspirado en una historia real.