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viernes, 29 de octubre de 2010

Luna


Cuando naciste una nueva estrella apareció en el cielo y cuando te vimos por primera vez tu alma se encadenó a la nuestra. Tu energía, tu vitalidad, tu alegría nos impregnaba de felicidad, de optimismo. Y aprendías muy rápido, con una vez que te dijéramos no, como mucho con dos, ya lo entendías. Pronto descubriste tus juguetes favoritos, las piñas. No había nada que te excitara más que jugar con nosotros a buscar piñas, y eras infalible. Te gustaba que te la intentáramos quitar, aunque no tanto que lo hiciéramos y te ponías al instante en guardia esperando a que te la lanzáramos de nuevo.
Fuiste creciendo llegando a alcanzar los cuarenta quilos, y a pesar de ello, siempre fuiste nuestra Lunita pequeña.
Tu carácter amistoso y cariñoso provocaba que hicieras fácilmente amigos, todo quien te conocía acababa cogiéndote cariño, porque tal bondad e inocencia residía en tu ser hacía inevitable el quererte. Afable y fiel si sin darte cuenta mientras jugábamos tus colmillos rozaban mi brazo, te asustabas y te preocupabas, todo y que jamás dañaste a nadie. Y es que valiente, la verdad, no eras aunque fueras fuerte y robusta, y los estruendos (truenos, disparos de escopeta de cazadores, motos, etc.) te daban pánico. Aún así, siempre estabas preparada para defender a los que te queríamos, sobretodo a los más pequeños.
Tus cómicas rabietas eran muy divertidas. Cuando algún miembro de la familia regresaba de un viaje, tú no le hacías ni caso. O al menos eso intentabas, porque cuando lo veías te tumbabas muy seria  y te quedabas mirando hasta que te llamaba, y entonces el látigo de tu rabo delataba la emoción contenida. Y es que perdonabas pero nunca olvidabas. Sin pronunciar palabra alguna sabías dar las gracias, y tu gratitud se hacía sentir siempre y para siempre.
Tu fuerza, tu vitalidad, tus infalibles sentidos poco a poco fueron menguando y el tiempo hizo mella en tu cuerpo pero nunca en tu ser. La artrosis y otras dificultades eran retos a los que debías enfrentarte diariamente. Y finalmente en un día del verano del dos mil diez, te marchaste. No pudiste resistir las fuertes temperaturas superiores a cuarenta grados. Te fuiste dejando a una  familia huérfana. Y algún día el pesar y la desolación en nuestros corazones cesarán, pero tú siempre estarás en nuestros corazones, insustituiblemente. Porque la Luna es eterna.

A mi Luna, mi Lunita, mi Luni, mi Perrita, mi Gosita, mi Gosi, mi Cachorra, mi Zampabollos, mi Comepiñas, mi Gorda, mi Gordi, mi Picapedrera, mi amiga, mi compañera, mi LUNA.

domingo, 24 de octubre de 2010

Dolores II



Si os gustó la señora Dolores, no os perdáis la continuación que ha realizado Ana, una amiga, en su propio blog: EN PLATA Y NEGRO. Os sorprenderá.
He añadido el enlace al final del relato.

martes, 19 de octubre de 2010

La casa del capitán Pescaporra.

A cientos de kilómetros del mar, se encontraba la casa del capitán Pescaporra. Nada más llegar ya se notaba que no era una casa común. A su alrededor no tenía jardín, había arena, mucha arena, de tal manera, que cuando salías de ella parecía que estuvieses en la playa a excepción de que no había mar. Toda la fachada estaba recubierta de madera, dándole aspecto de barco. Al entrar en ella te encontrabas con un museo digno de Jaques Cousteau. Anclas, cabos, arpones, redes convivían en armonía apenas dejando espacio para las personas de a pié. El orden era palpable aunque no tanto la pulcritud, ya que no solo el aspecto sino que también el penetrante olor simulaba el de un barco pesquero. Manchas de humedad ennegrecían más aún las paredes pintadas de color marrón. Un no muy cómodo banco de madera estaba colocado enfrente de un minúsculo y anticuado televisor. Un gran estante tras ella contenía centenares de cintas de vídeo sobre pesca, el fondo marino y otras húmedas actividades aunque el reproductor no parecía estar por ningún lado. Una escalera metálica llevaba al piso de arriba y marcos redondos sin puertas conducían a las otras habitaciones de la casa. 

domingo, 17 de octubre de 2010

El niño triste y la estrella

Érase una vez un niño que siempre estaba triste. A pesar de tener muy buenos amigos, a pesar de tener una buena familia, a pesar de tener todos los juguetes que a él más le gustaban. A pesar de todo, el niño siempre estaba triste.
 Todas las noches salía a la terraza de su casa a contemplar el cielo nocturno. Le gustaba observar el firmamento, pero especialmente le gustaba observar una estrella en concreto que salía siempre por el sur. Esa estrella tenía un brillo especial. Era lo único que le aliviaba un poco su amarga tristeza. Se sentaba allí hasta el amanecer, cuando la luz del Sol empezaba a salir y le impedía ver su estrella. El niño triste odiaba al Sol por privarle de ella.
Durante el día sus amigos le hacían visitas para ver si podían aliviarle aquella incesante tristeza, pero todo era inútil. Su familia procuraba darle todo el cariño posible y sus padres compraban todos los juguetes que él quería pero todo era inútil. Nada podía aliviarle aquella amarga tristeza.
Una noche, como todas las demás, el niño salió a la terraza para observa a su estrella. Pero aquella noche algo no era igual. La estrella tenía un brillo diferente, si cabía aún brillaba más intensamente de lo habitual. Los grillos cantaban más fuerte, las ranas croaban más fuerte, pero el viento no soplaba en absoluto, aquella noche se había ido a bufar a otro sitio. El niño triste se sentó algo extrañado a observar su estrella. Mirándola fijamente comprobó que poco a poco, la estrella, se iba haciendo más y más grande. Parecía que se estaba acercando. Pero el niño no se asustó, su estrella le proporcionaba paz y era imposible que le provocara algún temor.
Según pasaba la noche la estrella fue aumentando de tamaño hasta que finalmente cayó a la tierra a unos metros de distancia de allí, provocando una pequeña y silenciosa explosión acompañada de una onda expansiva de cegadora luz. El niño triste se apresuró a acudir al lugar del impacto, y encontró un pequeño cráter. En su interior se hallaba una esfera de luz blanca, difícil de mirar por su espléndido resplandor. Movido por la curiosidad el niño se acercó a la cálida y brillante esfera. Acercó despacio su mano y la tocó suavemente con la palma. La esfera se desvaneció mostrando a una niña que había permanecido oculta en su interior. Llevaba un vestido blanco muy sencillo y a la vez bonito. Sus pies estaban descalzos. Tenía una larga melena negra suelta hasta media espalda. La niña abrió sus bellos ojos pardos oscuros y dirigió una hermosa sonrisa al niño triste que permanecía inmóvil mirando a aquel angelical ser, aunque reaccionó rápidamente y le devolvió la sonrisa. Sus mejillas notaron una leve molestia ya que no estaba acostumbrado a sonreír y las tenía algo atrofiadas.
-                          Llevo mucho tiempo esperándote – le dijo el niño triste a la preciosa niña.
-                          Pues ya estoy aquí – le respondió ella.
Entonces el niño le cogió su mano de piel suave y oscura. Y a partir de entonces el niño triste nunca más volvió a estar triste.

Fin.

Inspirado por, y dedicado a mi amor.

sábado, 16 de octubre de 2010

La leyenda de los topos

Cuentan, que en un lejano planeta nació y evolucionó una extraña civilización de una inteligencia superior. El planeta se llamaba Contre y sus habitantes eran denominados los topos. Eran seres de muy baja estatura, no superando el metro treinta, y como su nombre indica eran parecidos a topos. Su peludo cuerpo era rechoncho y estaba provisto de una gran cabeza con un largo hocico y pequeños ojos. Sus miembros eran cortos pero muy gruesos y terminaban en unas amenazadoras largas zarpas. A pesar de ello, los topos eran un pueblo pacífico que detestaba la guerra. Vivían en pequeñas aldeas en casas redondas semienterradas desprovistas de ventanas. No eran propensos a salir a la luz del día, ya que sus ojos eran muy sensibles a ella. Pero ese defecto genético fue resuelto, ya que los topos eran unos apasionados de la ciencia y con sus investigaciones solucionaron el problema. A pesar de no salir de su planeta, era una raza muy sabia y culta porque enviaban miles de sondas diariamente a explorar el espacio exterior. Su tecnología era superior, sus grandes cerebros descubrieron, crearon y realizaron infinidad de proyectos.
            Su líder era el rey Lombriz XIII y a parte de honrado estaba considerado el mas sabio de su raza, y era amado y respetado por su pueblo. Se decía de él que tenía cientos de años y que era el ser mas inteligente del universo.
            Así su inigualable tecnología llegó a oídos del ambicioso emperador tirano Duduriel I, despertando su curiosidad. Duduriel era el líder del mayor imperio jamás conocido. Todos los planetas que encontraba a su paso eran absorbidos por el imperio, esclavizados o destruidos. Su poder no tenía oposición. Intentó pues, disuadir a los topos para que pusieran su tecnología al servicio del imperio proponiéndoles crear armas. Primero mandó a un  embajador en su nombre y recibió un no por respuesta. Después haciendo un gran esfuerzo, tragándose su orgullo y rebajándose se presentó él mismo en persona; el emperador Dudurie I viajó hasta el planeta Contre. Y recibió la misma respuesta. No. Los topos jamás accederían a poner su ciencia al servicio de la guerra. Enfurecido profundamente y con el honor perdido (a su juicio) el emperador decidió destruir el planeta Contre con sus habitantes en su interior. Pero algo sucedió. El planeta fue destruido, pero sus habitantes desaparecieron antes de que esto sucediera. No dejaron rastro, misteriosamente se esfumaron y nadie volvió a verlos jamás ni nadie supo más de ellos.
            Hasta que…

FIN

jueves, 14 de octubre de 2010

Dolores

Como todas las mañanas desde que su marido hubiera fallecido, Dolores se encaminó sin prisa hacia la cafetería en donde diariamente desayunaba su croissant y su café con leche. Sus zapatos sufrían su peso doblando el tacón de forma forzada y ni las innumerables capas de betún disimulaban su desgaste. Su enorme pamela blanca contrastaba sobremanera con su vestido y medias negras.
-         ¡Buenos días señora Dolores! – saludo con su bella sonrisa Pepe - ¿lo mismo de siempre?
A Dolores le encantaba aquel muchacho, por eso no había cambiado de cafetería en estos diez años.
-         Buenos… días – dijo entrecortadamente exhausta – si por favor.
Se quitó la pamela y con su mano intentó arreglarse los rulos demasiado negros que habían quedado aplastados por el sombrero y el sudor. 
Dolores había sido una esposa sumisa ejemplar, nunca se había quejado y había soportado todas las adversidades con valía. Ahora que sólo veía a sus hijos los domingos, los únicos placeres que se permitía eran ir a la peluquería cada primer lunes de mes después de haber cobrado la pensión y desayunar en la cafetería alegrándose la vista con el jovial y bello rostro del camarero.
Sus ojos azabaches a juego con sus cejas pintadas observaban atentamente al joven. A ella le gustaba sentirse querida, que la vieran como una tierna abuelita, aunque sus sueños iban más allá. Soñaba que ella volvía a ser joven y que aquel chico la hacía sentir las cosas que toda mujer desea sentir y que ella apenas conocía. Su marido había sido un buen hombre, pero un pésimo amante.
-         Aquí tiene – la sonrisa le puso en la mesa el croissant y el café.
Dolores bajaba la vista cuando el chico se le acercaba porque se avergonzaba de sus pensamientos.
-         Gracias – salió de sus finos labios vibrándole su flácida papada.


http://enplataynegro.blogspot.com/2010/10/dolores.html?zx=537c15f41ca9fd59

Salchichón

En un edificio cualquiera, en un apartamento cualquiera un despertador cualquiera sonó.
            Manuel miró el despertador y descubrió que la noche anterior no había cambiado la hora de la alarma.
-         ¡Mierda! Ya llego tarde otra vez – exclamó.
Se levantó de un salto, se puso los pantalones y la camisa que estaban tirados en el suelo sobre la alfombra tal y como los había dejado la noche anterior. Decidió entonces ir al baño, orinó y después de meditarlo sólo se enjuagó la boca con agua.
-         ¡No tengo tiempo de lavármela!
Corrió a la cocina, allí encontró sus zapatos, uno junto al sofá y otro delante de la nevera, se los puso y ya de paso abrió la nevera y cogió un trozo de salchichón para desayunar de camino.
Bajando a toda prisa por las escaleras se percató de que no se había cambiado los calzoncillos desde la mañana anterior, aunque era algo prescindible, mañana, pensó.
Al llegar a la parada del bus éste justamente se iba. Como no tenía tiempo de esperar al próximo decidió correr, cruzar las dos calles hasta la paralela y asía llegar a otra parada. Si se apresuraba lo lograría.
Corría lo rápido que podía, cruzó un paso de peatones con el semáforo en rojo, un coche tuvo que frenar, le pitó y sacó el puño por la ventanilla soltando cuchillos envenenados por la boca. La calle empezaba a estar bastante transitada por lo que tenía que ir apartando a los transeúntes que se interponían en su camino.
- ¡Gamberro!   - gritó una señora apoyada en su bastón a punto de caer al suelo.
Pero no había tiempo de perdones y Manuel siguió corriendo.
En la segunda calle cruzó lejos del paso de cebra y tuvo que escuchar los gritos de un policía que estaba en la terraza de una cafetería desayunando un carajillo y una rosquilla. Al menos no se molestó en perseguirlo. Por fin vislumbró su objetivo, ahí estaba el autobús, y justo cuando las puertas se cerraban entró con un salto sobrenatural justo antes de que estas se le cerraran en la espalda. Jadeante se puso el salchichón bajo el brazo y sacó las monedas para pagar el billete.
Se sentó ya mas tranquilo. Estaba sudando a mares y su mano estaba pringosa de correr con el salchichón apretado en ella. Echó un vistazo a su alrededor y le pareció que no había mucha gente. Entonces la radio le resolvió el misterio.
-         ¡Mierda, hoy es domingo!

All Inclusive Day

Unas negras nubes amenazaban al Sol. Era un mal augurio y eso presagiaba una dura y cruenta batalla. Aquel día las criaturas no tendrían piedad alguna.
            Mientras los guerreros comprobaban la maquinaria y preparaban la munición, alguna criatura solitaria se atrevió a acercarse a la barricada* pero fue fácilmente repelida.
            Una mórbida calma se respiraba precediendo a la tormenta que estaba por empezar. Los guerreros se acordaron de sus seres queridos y los creyentes rezaron a sus dioses. Sin poder hacer nada para evitarlo el reloj marcó las 11:00 A.M. y  todo comenzó. Todos los oscuros seres miraron en la misma dirección.
            Aparecieron las primeras oleadas de criaturas. Al principio atacaban en grupos reducidos que poco a poco iban creciendo. Estaban dispuestas a engullir todo lo engullible que encontraran a su paso. Los guerreros aguantaban bien, ya que iban apareciendo de manera escalonada. Pero entonces algo terriblemente trascendental sucedió. Una solitaria gota de agua se dejó caer de las nubes yendo a estrellarse en la afeitada cabeza de una enorme criatura. Eso le despertó su más maléfico instinto devorador y corrió inducida por un trance hacia la barricada en donde los guerreros se defendían como podían. Más gotas del cielo cayeron y la catástrofe fue inminente. Una avalancha de criaturas corrió en estampida hacia la barricada, todas con la misma idea en mente, todos dispuestos a lo que fuera por conseguirlo.

-         One coffee, one tea – gruñó una de las criaturas.

Los guerreros disparaban y disparaban pero las huestes de criaturas eran interminables porque después de engullir una dosis los seres volvían con desesperación a la cola, nada ni nadie podía detenerlos.

-         ¡Maldición, se ha acabado el barril! – gritó uno de los guerreros.

Eso significaba que uno de los combatientes debía abandonar a sus compañeros en el frente durante unos minutos, minutos crueles y duros, ya que un efectivo menos en las filas suponía más aglomeración de bestias tras la barricada. Pero siguieron aguantando, y cuando las fuerzas empezaban a desfallecer, el ausentado guerrero, después de haber cambiado el cartucho, regresó.
            La mañana transcurrió y las nubes y el chispeo no cesaban.

-         ¡Two coffees!
-         ¡One milky coffe, one tea!

Las criaturas con sus intimidatorias pinturas de guerra, (bulldogs, piolines, escudos de fútbol o patrióticas banderas de colores rojo, azul y blanco) seguían atacando despiadadamente. Un guerrero se descuidó y bajó la guardia y una de las criaturas mordió:
-         ¡Two vodkas and two cokes!                                                                                   
-         Sorry – contestó el desdichado guerrero – It´s only two drinks per person.

Eso encolerizó a la bestia.

-         ¡The cokes are not drinks, the cokes are for the childrens! – escupió el aterrador ser.

El heroico combatiente sufrió graves heridas psicológicas, pero no tuvo mas remedio que sobreponerse, si no lo hacía, su vida podía correr peligro.

Un solitario rayo de sol asomó de entre las nubes y algunas criaturas se sintieron algo aliviadas, eso provocaba que los monstruos se tomaran algo más de tiempo antes de volver a la cola infernal. Algo fundamental para que los combatientes aguantaran hasta el final del día.

Después de las biscues, exactamente a las 17:00, llegó la hora de las burgers & chips. Ahora las criaturas tenían más material para devorar y saciar sus ansias. A su paso dejaban un paisaje completamente desolador, repleto de manchas de sangre**.

Las horas transcurrieron sin tregua. A últimas horas de la tarde se abrió otra sección en donde otro batallón de combatientes estaba preparado. Allí las criaturas podían devorar y devorar, eso provocaba una ligera tregua a nuestros agotados guerreros, así pudiendo rearmarse y recuperar fuerzas.

Las tinieblas se cernieron y la noche llegó, las traicioneras criaturas volvieron a la carga sin haber saciado aún sus ansias. Aquel momento de la batalla fue duro y encarnizado. Sobre las 22:40, aproximadamente un gran ejército de monstruos se congregó para atacar al unísono. Otro guerrero fue herido de gravedad cuando uno le ladró:
-         ¡Two gintonics, two pints!
-         ¡Two drins, It´s only two drinnks! – se repitió otra vez la escena.
                                                                                                                                                                               
Los hombres aguantaban como podían, esa era la última oleada. A las 22:58 uno decidió salir para activar el escudo protector.
-         Suerte – le deseó uno de sus compañeros.
Y cuando sus débiles y agotados cuerpos estaban a punto de desfallecer el reloj marcó la gloriosa hora, las 11:00 P.M.

Después de doce agónicas horas, al fin los guerreros pudieron respirar profundamente. Aquel día no habían sufrido bajas físicas pero las secuelas psicológicas habían sido cuantiosas. Y lo cierto era que la guerra no había terminado y al día siguiente las fétidas criaturas volverían, y solo Dios sabía si sobrevivirían.

FIN

* La barra del bar.
** Ketchup.

Basado en hechos reales.